NOTICIAS, MADRID.- Distanciado del sosiego y la templanza habitual, con la observación caída y el semblante de resignación, Rafael Nadal hacía pública su ingenuidad, la de la cuenta a espaldas en su carrera y el desvío alrededor de un banda, al beneficio del relumbrón de las pistas y allí de la condición de protagonista en la competición.
Nunca con tanta claridad había expresado hasta ahora Nadal el final de poco. «Es mi extremo año en Madrid», dijo. Lo que se preveía como una comparecencia al uso, el día antiguamente de su puesta en campo, por vigésima ocasión, en la Caja Mágica, como un cumplimiento de una rutina, de un trámite en el día a día de un torneo, se transformó en una exposición solemne en la que advirtió que el final llegaba y que todo puede ocurrir.
El Nadal más decaído asomó en Madrid horas antiguamente de echar a peregrinar en la arcilla de la Caja Mágica en presencia de el pipiolo estadounidense Darwin Blanch, de dieciséis abriles. No dio relevancia al duelo el campeón de veintidós Grand Slam que ensombreció con dudas el panorama de los próximos meses. Ni siquiera aseguró Roland Garros. «No se acaba el mundo en Roland Garros» aunque sí mostró cierto anhelo por la arribada de los Juegos Olímpicos. «Hay varios formatos para competir».
Dio la sensación de que el espíritu, la motivación y la fe que siempre le empujó en la pista, que convirtió en posible lo inimaginable, ha empezado a tener data de caducidad. «Ha pasado tantas veces que he tenido lesiones importantes y he vuelto que la parentela mantiene la esperanza de que todo se solucione y siga todo alrededor de delante. Yo siempre he sido una persona positiva pero llega un momento que es lo que hay».
Luego de un año casi en blanco y el intento de retorno a principios del 2024, en Brisbane que terminó con una deterioro más, en la cadera y otro tiempo de recuperación, no parece que Rafael Nadal, a pesar del tiempo que lleva en rebusca de una nueva puesta a punto, encuentre el tono competitivo a su gozo. Incómodo a la hora de sacar y con el exhibición en marzo conexo a Carlos Alcaraz, casi nada ha habido telediario del tenista de Manacor.
La arribada de la temporada de tierra y su presencia en Barcelona supuso medio fresco para el apegado. Para el seguidor que se resiste a pensar en la cese del mejor deportista castellano de todos los tiempos. Fue un paso efímero el del Conde de Godó. Con dos partidos que el seguidor contempló, al beneficio de cualquier exigencia, como parte de un proceso en presencia de una posible recuperación.
Tantas veces ha vuelto que esta podía ser una más. Madrid podía ser un escalón más en su puesta a punto, en su retorno. La antesala de París, en el Grand slam y en la cita olímpica. Carencia que ver con su ingenuidad.
«Voy a París si me siento lo suficientemente capacitado para competir. Si hoy fuera París, no saldría a la pista. Esta es la ingenuidad y por eso quiero intentar salir a desafiar a París y sentirme lo suficientemente capacitado para competir adecuadamente. Voy a hacer lo posible para ganarme las oportunidades de intentar que esto suceda, y si no sucede me quedará la satisfacción personal y el agradecimiento por haberlo intentado a toda la parentela que me ayuda y me ha ayudado día a día. Veremos qué pasa, pero el mundo no se acaba si no selección en Roland Garros. Tengo los Juegos Olímpicos todavía por delante”.
Fue en octubre del 2003 cuando Rafael Nadal se estrenó en el entonces Masters Series de Madrid. Entonces en otoño, en octubre, en pista rápida, en la Casa de Campo, en perímetro cubierto. Perdió en primera ronda con Alex Corretja. Ya no volvió hasta el año próximo.
Ahora, veintiún abriles posteriormente, afronta la que ya ha catalogado como su última cita a Madrid, con 37. Se puede ver reflejado el balear con su primer adversario en el torneo. Un pipiolo estadounidense, de 16, Darwin Blanch, con solo un partido en el circuito ATP, un recién llegado al tenis profesional.
Mucho ha cambiado el torneo madrileño desde la puesta en campo de Nadal. El balear ha formado parte de su mudanza. Del cemento a la arcilla. De la época. De otoño a primavera. Cinco trofeos alumbran su pasaje por durante dos décadas. Nadie ha reses más que el balear en Madrid. Nadie ha jugado tanto.
«Voy a salir, desafiar, divertirme, desafiar en un división donde el cariño recibido es inigualable y posteriormente, si quieren hacer poco lo harán. No tienen que demostrarme nulo, me han demostrado suficiente durante toda mi carrera. No espero nulo peculiar. Me han regalado todo y sé lo que me van a dar. Me he sentido muy querido. Aquí he jugado Copa Davis y unas vigésimo veces el torneo. Empecé jugando en la pista cubierta, gané la final esa (en presencia de el croata Ivan Ljubicic) remontando dos sets que sin el sabido nunca hubiera reses ese partido».
De Blanch hay pocas telediario a nivel profesional. Siniestro, de 1,90 de calidad y que llegó a ser semifinalista júnior en Roland Garros y Wimbledon. Solo cuenta con un partido en el circuito ATP como experiencia. Hace unas semanas en el Masters 1000 de Miami. No superó la primera ronda. Perdió en presencia de el checo Tomas Machac.
«Es una diferencia de tiempo muy extenso, espero un ludópata pipiolo con mucho potencial, yo espero salir ahí y hacer lo que tengo que hacer que es lo primero disfrutar, intentar hacerlo de la mejor modo posible, veremos cómo estoy, es un poco clave. Espero estar lo suficientemente competitivo».
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